El Viaje - Cuento de Sonia Calcagno

Maldije mentalmente y miré a mi alrededor. Tendría que haberme dado cuenta antes de hacer la cola. Esta agitación en la terminal, esta cantidd de gente no es lo habitual, por lo menos nunca fue así las otras veces que tomé este ómnibus a las cuatro de la mañana.

Estoy medio dormida y muy cansada para tratar de pensar por qué le ha dado a tantas personas por viajar hacia el norte pero igual empiezo a especular y descartar que si mañana es feriado, que si viente la semana de turismo o la Navidad... Entonces lo veo, mirándome fijamente desde un ángulo del salón. Lo miro: tiene un lindo abrigo, es un hombre joven, rubio, alto, agradable, me sorprende ambalemente su desenfadada mirada de aprobación. Debe tener la edad de mis hijos, o muy pocos años más.

Empiezo a pensar cosas más práctcas, por ejemplo si esperanré el próximo viaje que sale a las seis de la mañana pero desxde otero lugar, y no sé que hacer en esta ciudad, caad vez más complicada a estas horas de la noche, con tanto frío y esa llovizna persistente, con este vestido ded fiesta, tan corto, y el saco de piel; creo que ni siquiera me animaría a entrar a un bara, aunque supiera donde hay alguno abierto. Qué cansada estoy, el día fue complicado y la fiesta divertida, mucho vino y mucho baile.

Recuerdo que mñana tengo una cita de trabajo, temprano, a las ocho y media decido irme aunque sea sin asiento, pensando que estas tres horas de viaje parada deben ser el castivo a algún pecado que he cometido, del cual no logro acordarme. El sentido el deber hace que suba al ómnibus, donde ya hay pasajeros de pie.

Está libre el lugar número treinta y dos y me siento, pensando que con un poco de suerte el que lo reservó se había muerto. Quizás esa misma tarde lo aplastó un camión o tuvo un infarto de miocardio por cuidadoso, previsor y aprensivo. O que por lo menos perdía el ómnibus.

Empieza el viaje, vamos saliendo de la ciudad y nadi sube, mis desseos están cumpliendo, cuando tomamos la ruta pienso que la suerte se puso al final de mi lado y que voy a dormir plácidamente hasta mi pueblo, tengo que pedirle al guarda que me despierte, no sea cosa que me pase de largo. El ómnibus se detiene" Un pasajero en un taxi", oigo alarmada que alguien comenta y por supeusto, sube el dueño de mi asiento, que no se murió ni nada, y con una odiosa sonrisa en su horrible cara dice_ "el treintaydós"y lo miro con toda furia del mundo, me levanto y voy para el fondo.

Y allí está. Este ómnibus es de los más modernos y en el fondo sólo tiene cuatro asientos y un espacio en el centro al final del pasillo. Y allí está recostado el joven galán que me miraba en la terminal, parado como yo, mirándome y soriendo, parece como si me hubiera estado esperando, tan joven, tan rubio y tan buen mozo como me había parecido desde lejos. Y tan cerca, ahora.

Quizas el viaje no sea del todo malo. Compro mi boleto y estoy atenta poara ver si puedo oír adonde va. Me gusta s voz cuando dice el nombre de un pueblo inmediatamente antaerior al mío. "Aquí hace calor, han encendido la calefacción", me dice. "Vamos a tener que empezar a desvestirnos", me dice. Su atrevimiento me gusta y le sonrío.

Miro a mi alrededor paraa ver si alguien más puede haberlo escuchado. No parece, todos están como acurrucándose, acomodandose para dormir. Tres filas más adelante hay una pareja muy joven, ella con un niño en brazos, de los que a veces hacen insoportable un viaje largo, pero hasta ahora no se ha oído ni el mas leve llanto. El ómnibus sigue suavemente su marcha, pero cada vez a mayor velocidad, luces se apagan, el chofer enciende la radio uno de esos progarmas nocturnos en FM. Los que van sentandos ya están dormidos y los cinco que van parados además de nosotros se van acomodando en el sueloo, alguno en losalgunos en los escalones de la puerta deel medio.

Yo decido sentarme enel posabrazos de uno de los cuatro asientos del fondo. La dueña del asiento, y por lo tanto del posabrazos corrspondiente, es una mujer chiquita y fea que está roncando apoyada sobre su compañera de asiento, otra mujer, igualita que ella, pero gorda y de más edad que también duerme, pero sin hacer ruido. El está muy cerca, sigue recostado contra el fondo del ómnibus, donde termina el pasillo. Yo decido colocar mis piernas atravesando es3e pasillo.

En sequida comienzo a sentir mi zapato izuuierdo entra en comunicación con una de sus botas. No sé cual. La oscuridad des total y la musiquita, dulzona. El ómnibus ya va muy rápido y en la parte de atrás se balancea mucho. Es todo tan fácil. Ahora es la rodilla ¿wuien empieza? , no sé pero los dods seguimos. En realidad solos cuerpos que se van buscando, reconociendo. Ya no tengo sueño, aún me siento un poco embriagada pero no tanto como para no reconocer el juego que estoy empezando a jugar. Y me da un poco de miedo pensar que algugún otro pueda darse cuenta, que el bebé se despierte, que alguien llegue a su diestino, que el guarda note algo extraño y decida iluminar el ómnibus y venir a investigar.

Pasan algunas luces, las ventanillas están mojadas, afuera es noche fría, oscura, lluviosa. Acá está tan cálido, vamos lentamente, disfrutando cada pequeño avance en el reconocimiento. MI pierna ya está sintiendo todo el calor de su pierna. Wn realidad, todo puede ser casual, estamos medio dormidos, el ómnibus se mueve demasiado, su pierma sostiene mi pierna, sque sin querer se entrega .

Con un brusco biraje del ómnibus, mi mano se queda por detrás de su espalda. Pienso que va a llegr un momento en que el engaño de "no nos damos cuenta porque estamos medio dormidos" se termina porque el viaje es largo y ya hemos avanzado demasiado, ¿que hago entonces?, ¿sigo adelante?. Debe tener veinte años menos que yo, pero eso es una de las cosas que más me atraen. Me gustan los hombres jóvenes aunque nunca he exagerado tanto. El primer contacto con su piel es cuando mi mano busca por debajo del buzo., encuentra la camisa, la levanta y le toca la espalda. Hay un estremecimiento que nos recorre a los dos.

También sus manos avanzan, me recorren la pollera, por afuera, y luego entre las piernas, lentamente, no hay apuro pero por fin comienzan a acariciarme. Me aprieta con fuerza, me suelta, mes está masturbando, me produce placer. Más por favor, un poco más. Cuántos deseos de gemir, de hablar, de agradecer. Reprimiéndolos, llego al orgasmo. Ahora parada, estoy totalmente recoestada sobre él. Comienzo a deslizar habcia abajo la mano que le tocaba la espalda, encuuentro el slip, le acaricio las nalgas. No me animo a hacer nada más, siento su respiración agitada, también la erección. Me da un poco de miedo, me vuelvo a sentar en el posabrazos. El empieza a tocarme el pelo, acerca el rostro al mío, sé que huelo bien, su mano me recorre la cara: las mejillas, la boca, las orejas; no nos hemos besado aún, se que mi piel es suave, no me acordaba ya de cuánto placer me producían las caricias en las orejas. Me acerca de nuevo hacia el, estamos totalmente abrazados y ahora las manos van debajo de la blua, a recorrer mi espalda y los senos. Me parece orír que el niño se despierta, que va a empezar a llorar. El no parece preocuparse de nada. Tengo ganas de besarlo. Toma una de mis manos, la coloca sobre su sexo. Empiezo a acariciarlo ye abre el pantalón y yo sigo con las caricias. Me empuja la cabeza hacia abajo. Voy a chuparlo, sé hacerlo muy bien; le voy a devolver el placer que me dio, voy a gozar sabiendo que él está gozando. Tengo miedo de qalquien se despierte y nos vea, que el guarda encienda las lucers por algo, todo eso me exita aún más.

Estamos muy juntos, abrazados, cansados, cuando el guarda anuncia el nombre de su pueblo. Para él, el viaje ha terminado, es el primer pasajero que baja, y yo que tenía terror de que el ómnibus se detuviera por alguien. Cuando me quedo sola, faltan unos pocos kilómetros para llegar al lugar donde vivo, recuerdo que me hubiera gustado besarlo.

Colonia del Sacramento, junio de 1992

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