Me desperté por completo. Era aún de noche. Trato de encender la luz maquinalmente, es decir, girando mi brazo derecho hacia la izquierda por sobre mi cabeza; el interruptor siempre está entre el colchón y el respaldo de la cama y cuando luego de mover el brazo varias veces veo que no está, intento pensar y enseguida recuerdo que ésa no es mi habitación, que ésa no es mi cama y que no voy a encontrar por ahí el interruptor ni la lámpara ni mis libros, ni la radio.
Estoy en un hotel, estoy de paseo en una ciudad. Me acompaña yna amiga que duerme plácidamente en la cama de al lado. Estamos de vacaciones, una semana, y ésta es la primera noche. Durante el día, recorrimos la ciudad, fuimos al teatro, comimos en lugares agradables, todo tal como nos recomendó el médico. Yo estaba feliz, y muy cansada cuando nos acostamos. Me había encantado pasar el día entre rostros desconcoidos, oyendo hablara en un idioma que no entendía, contenta de sentirme extranjera. Pore qué me despertaba ahora con esa lucidez total. Fui a oscuras y en silencio hasta el baño. Allí pude ver la hora: eran las cuatro de la mañana. AL despedirse el médico había dicho."Diviértanse pero portense bien".
¿Qué quería decir eso? Sonaba tan paternal. Creo que fue en ese momento que me asaltó por primera vez la idea de salir a la calle. Después de orinar y lavarme los dientes me senté en la bañera a pensar. Habí fumado mucho antes de acostarme y me dolía un poco la garganta. Además tenía la certeza de no poder volver a dormirme. Las ganas de salir a caminar por la calle del hotel - toda de comercios con enormes vidrieras donde me pudiera ver reflejada con mi camisón rosado, las rodillas flacas, descalza, sin peinarme, sin pintarme- me resultaban irresistibles. Portarse bien quiere decir tener un comportamiento correcto, quiere decir parecido al de todos, eso está claro. No debo salir. Contemplo el baño. Es un hotel antiguo pero bastante bueno, es un hotel adecuado, son unas vacaciones adecuadas.
Tengo muchas ganas de fumar un cigarrillo. Los míos se terminaron y tendría que hurgar en la cartera de mi amiga. En realidad no quiero fumar, quiero salid del baño, de la habitación del hotel, y caminar una cuadra en camisón a las cuatro de la mañana. Estamos en el quinto piso. Todo el hotel está extrañamente silencioso. EN las calles de la ciudad seguramente no hay nadie, quizas los camiones de basura. Una cuadra, solo una cuadra, de ida y vuelta.
María Inés duerme y no creo que vaya a despertarse. Yo no puedo volver a la cama. Nunca logré volver a dormirme después de despertarme de madrugada. Mi problema era sin lugar a dudas el enano que hace las veces de sereno. Yo lo miré, cuando llegamos de noche, y ya intuí que algo malo me iba a pasar con él. Me pareció entender que era su primer dia de trabajo, por la forma como le hablaba el encargado de la tarde, y aunque yo no entendía el idioma el tono era e l de una sarta de recomendaciones. Además el enano tenía en sus ropas y en su jopo muy engominado algo de escolar en primer día de clases. Pero era tan chiquito que si pretendía impedirme salir yo podía ía impedirme salir yo podía darle un golpe con la cartera o un zapato y atontarlo y atarlo al sillón donde le señalaron que debía sentarse para vigilar la entrada. También podía bajar al subsuelo, donde nos habían indicado que estaba la cafetería para el desayuno, pero al llegar habíamos visto que funcionaba como una especie de club bocturno conuna entrada independiente por una escalera al lado de la puerta. Estuve unos cuantos minutos tratando de recordar si la escalera salía detrás o delante del sillón del enano y al final me convencí de que estarái dormido y que no me iba a ver salir.
Decidí buscar los cigarrilos y volver al baño y no hacer nada sin antes elaborar por lo menos un pequeño plan. Al buscar en la cartera que María INés había dejado en su mela de luz, mi amiga murmuró algo, se dió media vuelta y siguió durmiendo. Volví a sentarme en la bañera a fumar el cigarrillo. Mi imagen se reflejaba en el espejo del tocador y yono entendía por qué quería verme en las vidrieras. Pero había motivos. Por un lado la posibilidad de ver mis pies sobre la tierra (o sobre la calle, mas bien) no era viable en el vaño de la habitación del hotel que estaba en el quinto piso.
Después estaba el tema de lograr ver todo mi cuertpo, y por último era muy distinto un entorno de azulejos blanco s que una calle de una ciudad con vidrieras que quizás pudieran reflejarme sucesivamente y yo pudiera encontrarme, viéndome de frente y de atrás, de cuerpo entero, casi desnuda (desnuda completamente no me animaba siquiera a pensarlo) y con los pies sobre la tierra. El cigarrillo me daba náuseas, lo tiré y volví a labvarme los dientes con furia. Ya tenía mi plan para eludir al enano: me pondría el sobretodo sobre el camisón y los zapatos, pasaría delante de él sin problemas y en el alero de acceso al hotel me los sacaría, los dejaría formando un pequeño bulto en algún rincón oscuro y saldría a la calle. Caminar esa cuadra entre las vidrieras que reflejaran mi imagen completa solo no podría llevarme más de dos minutos, ida y vuelta. Pensé que quizás la calle estaba a oscuras, decidí volver a la habitación y mirar por las ranuras de la cortina de enrollar. MI amiga que dormía del lado de la ventana, volvió a murmurar algo, como respondiendo al murmullo anterior, y se dio vuelta para el otro lado. Las luces de la calle estbana enciddidas. Las de las vidrieras también.
La tentación de bajar ya era irresistible. Me puse el abrigo y los zapataos, salí de la habitaciób cerrando la puerta con cuidado . El corredor a osuras me dio un poco de miedo. Pensé que los corredores de los hoteles están siempre iluminados durante las noches. Tomé el ascensor. Llegué a la planta baja. El hall del hotel sí estba totalmente iluminado y el maldito enano totalmente vigil. Ni siquiera estaba sentado en su sillón y se paseaba nervioso en forma paralela a la puerta de entrada, que era de hierro y viderios y estba abierta de par en par. La puerta invitaba a salir y el adefesio parecía un eprro guardián que lo impedia. Pensé que el tipo me iba a causar aún más problemas de los que yo había imaginado.
"Buenas noches",me dice."¿Necesitaba algo, señora?", me pregunta. "No, solamente quería salir a caminar un poco", le contesto. "A caminar? ¡A ésta hora?" "Si, ¿que tiene de malo?". "Es muy tarde, son las cuatro y media de la manñana", dice mirando un horrendo reloj pulsera de colores fosforescentes que lleva en su muñeca mientras yo pienso que es un poco raro que esté hablando en mi idioma. Tambie´n me digo que esto no puede ser, que soy una mujer libre que pago en este hotel para salir y entrar cuando y se me ocurre que si hubiera traído una valija podrái decirle qe me voy al aeropuerto, a tomar un avión a las cinco de la mañaña. Pero ya es tarde atrás. Tengo que enfrentar la cosa de otra manera.
"Sufro un poco de insomnio y no tengo pastillas para dormi y pensé que caminando un poco por la ciudad, una cuadra nada más, podría tranquilizarme", le digo mientras me enojo conimgo misma por tener que estar dando explicaciones.
"¿Pero se vistió? ¿ O sólo se puso el sobretodo arriba del camisión?", dice mientras se me va acercando. Lo maldigo mentalmente y pienso en correr, atravesar la puerta y salir, pero quedo paralizada. Con sus manitos toama el ruedo de mi sobretodo y lo levanta. "Como pensé, sólo tien el camisón", afirma con cara de suficiencia. Es tant chiquito, debe medir apenas un metro. Rubio y de ojos azules, me recuerda a mi hijo. Pero debo volverme lógica. ¿Cómo voy a permitir que me mier debajo del saco? ¿Y cómo se lo impido? Me vuelve la idea de pegarle pero no tengo fuerzas para defenderme ni para afrontar el escándalo que se armaría a la mañana en el hotel. Yo no quiero otra cosa que salir a caminar sola.
"Voy a cacompañarla", dice con firmeza. "No se moleste, no es necesario", balbuceo. "Es mi responsabilidad", dice mientras se pone el saco a cuadros que está sobre el sillón. Me empuja hasta la puerta de entrada, la atravesamos, cierra con llave y se cuelga de mi brazo. Empezamos a caminar y en la primea vidriera nos tdetenemos y allí estoy. Me devuelve el espejo: una mujer de cincuenta años, con el pelo enmarañado, los ojos desorbitados, una sonrisa irónica, zapatos y saco negros y un estúpido enano colgado de su brazo.
Colonia del Sacramento, abril de 1992
Sonia Calcagno Vigna
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