La verdad detrás del “juicio” y muerte de Slobodan Milosevic

La Izquierda Directores: Ruiz Pereyra Faget y Gerardo Padilla Boletín Nº 3 Montevideo, 18 de marzo de 2006

El Mariscal Josip Broz “Tito” entró en la Historia como jefe del primer ejército guerrillero que venció a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial y como fundador de la República Socialista Federal de Yugoslavia. Slobodan Milosevic entrará también en esa Historia por haber dirigido la resistencia al plan imperialista euro-americano, ejecutado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Ambos son las expresiones históricas de un mismo ideal: una sociedad socialista para los pueblos eslavos de los Balcanes o “eslavos del sur” (Yugoslavia).

La historia de los eslavos de los Balcanes ha sido penosa. Primero, súbditos del Imperio Turco Otomano (1453-1829), que les impuso a gran parte de ellos, la religión musulmana. El pueblo eslavo serbio se caracterizó por haber sido, durante siglos, un tenaz resistente a la opresión política, social y religiosa de los turcos. Belgrado cayó en poder de éstos en 1521 pero la resistencia continuó.

Entre los eslavos que se sometieron, están los albaneses, y una parte de la poblaciones de Bosnia-Herzegóvina y de Kosovo, cuna de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.

Posteriormente, el control de los Balcanes fue compartido por el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Turco, hasta la Primera Guerra Mundial. El incidente que desató esta conflagración fue el asesinato, en Sarajevo, capital de Bosnia, del archiduque Francisco Fernando, heredero de la Corona austriaca, por un patriota serbio.

La zona de los Balcanes tenía –y tiene- una extraordinaria importancia geopolítica para Europa Central, pues es el camino obligado hacia el Medio Oriente y a toda su riqueza petrolera. Con la fundación del Imperio Alemán, en 1870, el enfrentamiento entre Alemania, Inglaterra y Francia por el control de esa región se intensificó. A Rusia también le interesaba porque la alianza entre eslavos le aseguraba su comercio por el Mediterráneo.

La derrota de los imperios centrales –Alemán y Austrohúngaro- y el imperio turco, le dio la oportunidad a Inglaterra y Francia para controlar los Balcanes y todo el Medio Oriente. En los Balcanes crearon el Reino de Yugoslavia, con un monarca serbio, que impuso un régimen despótico sobre un Estado multiétnico que generó la resistencia de los diversos pueblos, la que fue aprovechada por el régimen hitleriano y el fascista italiano, en la década de los ’30, para aumentar su influencia en Croacia y Albania, respectivamente. Al mismo tiempo, la Revolución Socialista Rusa ganaba crecientemente, la simpatía de la clase obrera de toda esa región, independientemente de las diversas nacionalidades.

El 6 de abril de 1941, las tropas nazis invadieron Yugoslavia. Anteriormente, en 1939, el ejército de Mussolini había ocupado Albania. El 22 de junio de 1941. Hitler atacó a la Unión Soviética y este acontecimiento fue el origen de la triple alianza antifascista -integrada por la URSS, Gran Bretaña y Estados Unidos-, que llevaría a la derrota del régimen nazi, el 8 de mayo de 1945.

La resistencia en los Balcanes contra la ocupación nazi-fascista fue encabezada por los comunistas, bajo la dirección de Josip Broz, apodado “Tito”, que organizó un ejército guerrillero que alcanzó la magnitud de 300 mil combatientes, sin distinción de nacionalidades. Tito era croata. No obstante, Alemania logro crear un Estado pro-nazi en Croacia, bajo la jefatura de Ante Pavelic y Londres apoyó una guerrilla con bandera monárquica que, al final de la guerra se volvió contra el Ejército Nacional Popular.

Los guerrilleros yugoslavos acosaron de tal forma a las tropas hitlerianas que éstas tuvieron que abandonar la región en mayo de 1945. Finalizada, la guerra europea, el monarca Pedro II, exiliado en Londres, intentó recuperar el trono, apoyado por Inglaterra, que temía su desplazamiento de la estratégica región, y no se equivocaba. En enero de 1946, una Asamblea Constituyente rechazó la restauración monárquica y fundó la República Democrática Federal de Yugoslavia. El Mariscal Tito se convirtió en Primer Ministro y en 1953, una enmienda a la constitución proclamó el Estado Socialista Yugoslavo, con el nombre de República Popular Federal de Yugoslavia, asumiendo Tito la jefatura del Estado. La Liga de los Comunistas era la columna vertebral de este Estado multinacional, multiétnico, multilingüístico y multireligioso. El punto de convergencia de toda esta diversidad era el programa de construcción de una sociedad socialista, basada en la solidaridad entre los pueblos de un mismo territorio. Fue instaurado un sistema económico social autogestionario.

La república quedaba constituida por 6 repúblicas –Serbia, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegóvina, Macedonia y Montenegro- y dos provincias autónomas: Vojvodina y Kosovo. La superficie total era de 256 mil quilómetros cuadrados y la población, a mediados de los ’80, 24 millones de habitantes, siendo mayoritarios los serbios con un 35%. Les seguían los croatas (19.7%), eslavos musulmanes (8.9%), eslovenos (7.8%), albaneses (7.7%), macedonios (6%), montenegrinos (2.6%), húngaros (1.9%) y diversos (5.4%). La población serbia, aunque concentrada en su república, tenía importantes núcleos en Bosnia, Croacia (la provincia de Krajina), Kosovo, Vojvodina y Montenegro. Esta dispersión fue impulsada por la fuerza por los turcos otomanos (1521– 1829) para debilitar la resistencia serbia.

La nueva república socialista tuvo diferencias con la estrategia europea de Stalin, rompiendo las relaciones, las que fueron restablecidas cuando la dirección de la URSS fue asumida por Jruschov. No obstante, Tito mantuvo a Yugoslavia fuera de los dos bloques y junto con Nasser, de Egipto, Nehru, de la India, y otros 22 jefes de Estado, echó las bases, en 1961, de la Organización de los Países No Alineados de Asia y África que hizo un llamamiento a la paz mundial y abogó por el desarme bajo control internacional, reclamando, al mismo tiempo, una revisión de la carta de las Naciones Unidas.

Tito murió en mayo de 1980. La jefatura unipersonal del Estado fue sustituida por un Colegiado, integrado por representantes de todas las repúblicas y con presidencia rotativa anual. Pero durante esta década comienza la crisis en la Unión Soviética, agudizada por la guerra de Afganistán, el estancamiento de su economía y la próxima renovación de su dirección política por una generación que había nacido en los ’30.

Este cuadro económico y político alentó las corrientes contrarrevolucionarias que pasarían a controlar el poder en la URSS, en 1988.

La nueva dirección soviética, encabezada por Gorbachov, decidió abandonar Afganistán; con el Presidente Bush (padre) y el Canciller Helmut Kohl, de Alemania, acordó la anexión a la RFA de la República Democrática Alemana (1989) y la disolución del Pacto de Varsovia y finalmente, Bush y Yeltsin, que se había hecho fuerte en Rusia y había disuelto el Partido Comunista, acordaron la desintegración de la URSS, en diciembre de 1991. Entre 1989 y 1991, todo el Campo Socialista Europeo desapareció.

Yugoslavia quedó aislada, como único país socialista europeo y aunque introdujo el mecanismo de mercado en algunas áreas económicas, se negó a seguir el proceso contrarrevolucionario que restauraba plenamente el capitalismo y echaba por tierra la heroica lucha de un siglo de los obreros y campesinos del este que, con el sacrificio de decenas de millones de muertos habían dado un paso trascendental en el largo camino de liberar a la humanidad de un régimen social oprobioso.

Pero lo fundamental, para la alianza atlántica (Estados Unidos-Europa Occidental) era recuperar los Balcanes como área estratégica para establecer el puente geográfico con el Medio Oriente petrolero. Para Alemania, convertida ahora, para risa de la Historia, en la principal potencia europea, era la oportunidad de lograr el sueño de Bismarck. En 1991, Eslovenia y Croacia, proclamaron la independencia de la República Socialista Federal de Yugoslavia y Alemania las reconoció inmediatamente. Hoy, en una plaza de Zagreb, se levanta un monumento a Genscher, el ministro de RR.EE. alemán, a quien se lo considera una de los “padres” de la independencia de Croacia. El Secretario de Estado norteamericano, James Baker, declaró que el paso inconsulto dado por Alemania era apresurado y desencadenaría la guerra civil, lo que naturalmente ocurrió, porque la primera obligación del Estado Federal y de cualquier Estado, es asegurar su integridad.

Sin embargo, Estados Unidos y el resto de Europa se fue afiliando a los objetivos alemanes. Afianzada la independencia de Eslovenia y Croacia, el siguiente objetivo fue Bosnia-Herzegóvina. Yugoslavia, presidida ahora por Slobodan Milosevic, y después de una guerra sangrienta con miles de víctimas de todas las etnias, aceptó, en la Conferencia de Dayton, Ohio, la independencia de Bosnia, el 21 de noviembre de 1995. La ONU levantó el embargo económico a Yugoslavia, que había establecido en 1992.

Pero para la OTAN quedaba aun el último reducto, para completar la desintegración de Yugoslavia: Kosovo. Esta provincia, junto con Montenegro, fue donde nació el primer Estado medieval serbio, en el siglo XI, y allí se hallan los principales monasterios ortodoxos, custodios multiseculares de la cultura serbia. Durante la dominación turca y más tarde, bajo la ocupación italiana, fue incrementada la colonización por albaneses. Serbia no estaba dispuesta a perder Kosovo. Milosevic ya había hecho todas las concesiones posibles.

Entonces, el 21 de marzo de 1999, la OTAN lanzó una guerra de agresión contra Yugoslavia, utilizando todo su poder bélico altamente sofisticado. Belgrado fue en gran parte destruido, demoliendo la aviación los puentes sobre el Danubio, hospitales, escuelas, trenes de pasajeros y hasta la embajada china.

En un desesperado esfuerzo por salvar la integridad de su país, Milosevic propuso a Rusia, la formación de una confederación, junto con Bielorrusia, que aceptó, pero fue rechazada por Yeltsin. Sin posibilidades de continuar la resistencia, Yugoslavia, frente a la superioridad del enemigo y de enormes pérdidas materiales y humanas, firmó la rendición, en Kumanovo, Macedonia, el 9 de junio de 1999, Milosevic perdió, también, el poder en Serbia, el que pasó a manos de la contrarrevolución atlantista. Milosevic fue detenido. El nuevo presidente de Yugoslavia, Vojislav Kostunica, reducida ahora la Federación a dos repúblicas –Serbia y Montenegro-, con poco más de 100 mil quilómetros cuadrados, se comprometió a juzgar a Milosevic por crímenes de guerra y malversación de fondos públicos, señalando reiteradamente que no lo entregaría al Tribunal de La Haya como se lo exigía Estados Unidos y Europa. No obstante, el presidente de Serbia, Zoran Djindjic, se lo entregó a los ingleses, el 21 de junio de 2001, a cambio de la liberación de un préstamo por un millón doscientos cincuenta mil dólares.

Las Naciones Unidas y su Tribunal se prestaron así a un burdo espectáculo circense para cubrir las tropelías imperialistas de Europa y Estados Unidos. El primer día del “juicio”, el 16 de febrero de 2002, Milosevic puso en ridículo a la fiscal suiza, Carla del Ponte, por los vicios de forma y de contenido de la desprolija pieza acusatoria por crímenes de guerra. El ex fiscal general norteamericano, de la Administración Johnson, Ramsey Clark, ofreció a Milosevic sus servicios para la defensa pero el ex jefe de Estado yugoslavo, dijo que la defensa la asumiría él. Solicitó la comparecencia de 92 testigos entre ellos, al ex Presidente Clinton, Tony Blair, los diplomáticos norteamericanos James Baker y Richard Holbrook, el ex ministro de RR.EE. alemán, Hans Dietrich Genscher, y el General Wesley Clark, comandante en jefe de la OTAN. El Tribunal rechazó la presencia de noventa testigos de la lista, incluyendo los mencionados.

En esta terrible guerra civil, con una descarada intervención extranjera destinada a desintegrar un Estado, se cometieron muchos crímenes. Slobodan Milosevic tiene, sin duda, su cuota de culpa pero si se trata de responsabilidades políticas por esos crímenes, en el banquillo de los acusados debían estar Franjo Tudjman, presidente de Croacia, Alija Itzebegovic, presidente de Bosnia, William Clinton, presidente de Estados Unidos y los jefes de Estado y de gobierno de los países de Europa que integran la OTAN.

Al convertirse el “juicio” en una mascarada para centrar en un chivo expiatorio las responsabilidades de una guerra que el presunto único culpable no quiso, agravada ahora por la incertidumbre de su muerte, el 11 de marzo, el Tribunal de las Naciones Unidas, ha recibido una estocada profunda que lo desacredita para toda acción futura. Y para las fuerzas progresistas, en medio de tantas mentiras y difamación gratuita, queda como conclusión positiva que la lección de Jorge Dimitrov, del 16 de diciembre de 1933, ante sus jueces nazis, ha hecho escuela. Por todo ello, Milosevic ocupará un lugar digno en la historia de los “eslavos del sur”.

Ruiz Pereyra Faget

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