Obama en la Casa Blanca
Las expectativas y el poder
Por Ruiz Pereyra Faget
Montevideo
De 47 años de edad, negro, de padre kenyano, andariego. Alguna vez vivió en Jakarta, en Honolulú, en Los Ángeles, en Nueva York en Chicago. Conoce el mundo. En la adolescencia, probó la droga. Tuvo como guía espiritual al pastor negro Jeremías Wright de la Trinity United Church of Christ de Chicago y al pastor Jesse Jackson, -todos seguidores de Martin Luther King- pero habría estado relacionado, también con el Islam. Su segundo nombre es Hussein. Trabajó intensamente en tareas comunitarias. Es inteligente, abogado, culto, de palabra fácil y oratoria brillante. Fue Procurador de los Derechos Civiles en Chicago y profesor de Derecho Constitucional. Su carrera en la política nacional ha sido vertiginosa: en enero del 2005 ingresó al Senado y, a partir de ayer, es el 44º Presidente de los Estados Unidos de América, la principal potencia de la Tierra.
Todos estos son títulos que, en una verdadera democracia, alfombrarían el camino de un ciudadano a la cima del poder. Sin embargo, en los países cuya economía se basa en la propiedad privada y Estados Unidos es la vanguardia del capitalismo mundial- para llegar a cualquier cargo público se necesita mucho dinero ni qué decir para alcanzar la Presidencia de la República- y confianza de las estructuras económicas que configuran el Poder real del Estado.
Hace medio siglo, el sociólogo, C. Wright Mills, publicó un libro que le dio gran notoriedad: La Élite de Poder. Comparte el criterio de los que sostienen que una minoría es la que decide el rumbo de la nación y agrega: El camino para comprender el poder de la minoría norteamericana no está únicamente en reconocer la escala histórica de los acontecimientos ni en aceptar la opinión personal expuesta por individuos indudablemente decisivos. Detrás de estos hombres y detrás de los acontecimientos de la historia, enlazando ambas cosas, están las grandes instituciones de la sociedad moderna. Esas jerarquías del Estado, de las empresas económicas y del ejército constituyen los medios del poder; como tales, tienen actualmente una importancia nunca igualada antes en la historia humana, y en sus cimas se encuentran ahora los puestos de mando de la sociedad moderna que nos ofrecen la clave sociológica para comprender el papel de los círculos sociales más elevados en los Estados Unidos.
En la sociedad norteamericana, el máximo poder nacional reside ahora en los dominios económico, político y militar. Las demás instituciones parecen estar al margen de la historia moderna y, en ocasiones, debidamente subordinadas a ésas. Ninguna familia es tan directamente poderosa en los asuntos nacionales como cualquier compañía anónima importante; ninguna iglesia es tan directamente poderosa en las biografías externas de los jóvenes norteamericanos como la institución militar; ninguna universidad es tan poderosa en la dirección de los grandes acontecimientos como el Consejo Nacional de Seguridad. Las instituciones religiosas, educativas y familiares no son centros autónomos de poder nacional; antes al contrario, esas zonas descentralizadas son moldeadas cada vez más por los tres grandes, en los cuales tienen lugar ahora acontecimientos de importancia decisiva e inmediata.
Las familias, las iglesias y las escuelas se adaptan a la vida moderna; los gobiernos, los ejércitos y las empresas la moldean, y, al hacerlo así, convierten aquellas instituciones menores en medios para sus fines. Las instituciones religiosas suministran capellanes para las fuerzas armadas, donde se les emplea como medios para aumentar la eficacia de su moral para matar. Las escuelas seleccionan y preparan hombres para las tareas de las empresas de negocios y para funciones especializadas en las fuerzas armadas. La familia extensa ha sido, desde luego, disuelta hace mucho tiempo por la revolución industrial, y en la actualidad el hijo y el padre son separados de la familia, por la fuerza si es necesario, siempre que los llame el ejército del Estado. Y los símbolos de todas esas instituciones menores se usan para legitimar el poder y las decisiones de los tres grandes.
Coincidiendo con Mills, el Presidente Dwight Eisenhower, al abandonar el gobierno, el 17 de enero de 1961, ponía el acento en un terreno que conocía muy bien:
Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, los Estados Unidos no tenían industria armamentística. América fabricaba arados y podía, con el tiempo y según fuera necesario, hacía también espadas. Pero ahora ya no podemos asumir el riesgo de la improvisación de la defensa nacional; nos hemos visto obligados a crear una industria de armamentos permanente de vastas proporciones. Añado a esto que tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente comprometidos en la defensa. Anualmente gastamos en seguridad militar más que el ingreso neto de todas las empresas de los Estados Unidos.
Esta conjunción de un inmenso complejo militar y una gran industria de armamentos es nueva en la experiencia americana. La influencia total - económica, política, incluso espiritual - se siente en cada ciudad, en cada Estado en cada casa, en todas las oficinas del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de este desarrollo. Sin embargo, no debemos dejar de señalar sus graves implicaciones. Nuestro trabajo, recursos y medios de vida están todos involucrados, al igual que la estructura misma de nuestra sociedad.
Obviamente, Barack Obama no escapa a esta realidad general, analizada por Mills y, en el tema central de su mensaje de despedida, por Eisenhower. En consecuencia, su gestión estará determinada por los cambios en esas estructuras de poder y las correlaciones de fuerzas antagónicas tanto internas como externas, independientemente de su inteligencia, su voluntad y su estilo personal.
En el plano interno se enfrenta a una crisis, en muchos aspectos parecida a la que tuvo que encarar Franklin D. Roosevelt, en 1933. La caída diaria de todos los indicadores económicos y financieros, sin que nadie vea el fondo, es su preocupación fundamental y así lo ha manifestado en el discurso inaugural de su mandato, sorprendiendo al advertir sobre la tormenta que se avecina, cuando la tempestad está en pleno desarrollo. Por el equipo económico que ha designado, se observa que Wall Street y los grandes grupos financieros como el Rockefeller, conservan firmemente el timón de las finanzas, lo que no es una buena noticia para los que están del lado real de la economía.
En cuanto a la política exterior, el mantenimiento de Robert Gates en la Secretaría de Defensa, indica que la línea estratégica y el papel más incisivo de la diplomacia, defendidos por el grupo bipartidario, encabezado por el ex Secretario de Estado, James Baker (grupo que integró Gates), sucederá a la doctrina de guerra general al terrorismo y a los Estados basura, que impulsaron el ex vicepresidente RichardCheney, el ex Secretario de Defensa, Rumsfeld y Paul Wolfowitz, arquitectos de la política exterior de Bush.
Con respecto a América Latina, un retorno a una política del buen vecino, puede mejorar las relaciones entre el norte y el sur, sin que cambien los objetivos de la política norteamericana, definida en 1823, por el Presidente James Monroe, de mantener a América Latina como su reserva estratégica o patio trasero. Durante la campaña electoral Obama dijo en Miami que ha habido veces que no hemos dado a los pueblos de la región el respeto que merecen. Estados Unidos y los países de América Latina comparten una historia común: fueron territorios conquistados y colonizados que luego lucharon por su independencia.
En este campo, el principal interlocutor de Obama, será el Presidente Lula que representa a la potencia más pujante de América Latina y que, junto con Venezuela y Cuba han promovido el bloque cultural, social, económico y político de 12 países la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR)- y, recientemente, la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) de 33 naciones. La posición de Obama con respecto al bloqueo de Estados Unidos, de casi medio siglo. a Cuba será la referencia principal para evaluar sus intenciones. Si ello ocurre, no será en nuestra opinión, de una manera abrupta sino como culminación de un proceso de pasos progresivos que irán cambiando el clima.
En suma, el margen de maniobra que le da el establishment a Barack Obama, es limitado. Quizás en las palabras de su discurso, dirigidas al mundo musulmán, queremos el respeto mutuo, sean un indicador de sus intenciones que la profunda crisis, frente a un complejo militar-industrial exacerbado que gana batallas pero no guerras, puede ayudar a instrumentar.
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