Gobernantes: ¿qué hicieron con la plata?
Hace tres décadas, los gobiernos militares y civiles argentinos comenzaron a dilapidar inmensos capitales pedidos al exterior y, ya en 2008, lo gastado en obras parece no coincidir con la deuda que reclaman intereses que solucionarían las añosas necesidades de millones de personas.
Por: Raúl Riutor G.
Avellaneda, Buenos Aires, Argentina (INPA) Primero, pesadumbre; después, incredulidad; luego, asombro y, al final, bronca, fue lo que manifestó aquí la empobrecida población, al enterarse que la deuda externa argentina había subido nuevamente - esta vez a 128.000 millones de dólares-, sin que puedan identificarse mejoras tan sobresalientes que consumieran esas riquezas, en un país aquejado por la inflación, el desempleo, los reclamos sociales, protestas callejeras y la corrupción.
El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) reapareció con este afligente anuncio, tras ser blanco de numerosas críticas, por publicar cifras de encarecimiento, mensual y anual, lejos de la realidad, las que fueron rechazadas desde las amas de casa, a los más encumbrados encuestadores y economistas. ¿Será que, además, los variados acreedores prestaron mucho más (o menos) y esa organización oficial se le olvidaron algunas cantidades?
Los números históricos recuerdan que, en 1976, al ser derrocada por los militares la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón, la Argentina en el exterior sólo debía 5.000 millones de dólares, aunque contaba con pocos fondos en el Banco Central.
Hoy, ese establecimiento posee cerca de 50.000 millones de dólares en reservas, lo que le permite intervenir en el mercado libre de cambios y mantener el dólar a tres pesos. Algunos habitantes de esta ciudad se preguntan:"¿No podrían destinar apenas un 10% (o un 5%) para que los hospitales del país tengan equipos, algodón y alcohol, las escuelas no sufran goteras y carencias y se creen más puestos de trabajo?". Debe advertirse que gran parte de aquella cantidad, se logró con la emisión de bonos o de pesos, de manera que hay que sofrenar la confianza y el optimismo.
Desde que se interrumpiera la gestión democrática hace más de tres décadas, la hidra insaciable e inacabable siguió multiplicando sus cabezas y más, a través del retorno a la normalidad, iniciado a fines de 1983.
Por otra parte, se calcula que los millonarios argentinos, siempre temerosos de los vaivenes, comenzaron a acumular capitales en otros países, los que hoy sumarían el monto total de la anunciada deuda externa.
A los extranjeros que visitan Buenos Aires, les llama la atención que un país que produce alimentos para unos 370 millones de personas, con una población nacional diez veces menor, exhiba niños que piden dinero para comer cuando los semáforos están en rojo o indigentes que duermen en los portones de cines y bancos.
En esta populosa ciudad, pegada a la Capital Federal, que lleva el nombre del presidente Nicolás Avellaneda, la situación no es mejor, ya que los signos de pobreza son evidentes, aumentó la inseguridad y hay quejas por el agua potable turbia y la falta de un mayor y mejor sistema de alcantarillado.
Avellaneda, jurista y escritor, lamentaría hoy este sombrío panorama, porque durante su mandato de seis años, vigorizó la economía al comenzar las exportaciones de cereales y de carne y protegió la enseñanza.
Con un territorio inmenso (comparado con sus vecinos Chile y Uruguay), en muchas provincias despoblado, la Argentina tiene una gran concentración de gente - por lo general sin recursos-, en toda esta zona frente al Río de la Plata.
Ahora, ese movimiento aumentó y se diversificó con la llegada de más bolivianos, paraguayos, peruanos, etc., lo que originó nuevas barriadas de emergencia, menor capacidad de locomoción pública y mayor asistencia gratuita en los hospitales y maternidades.
Y otro nubarrón amenaza al campo energético, ya que según el Instituto Argentino del Petróleo, las reservas probadas alcanzarían sólo para ocho años más, siempre y cuando, no aumente el actual consumo, ni la producción y uso de automóviles y camiones, un capítulo importante a sostener, para evitar una mayor desocupación. Lamentablemente, hay casi un olvido total en lo que respecta a promover las energías renovables.
Hoy, cada argentinito que nace, comienza su vida debiendo una buena cantidad de dólares a capitalistas lejanos. Y al llegar a la madurez, quizás haga la misma pregunta del marido trabajador (con un sueldo mensual promedio de 900 pesos o 300 dólares) a su esposa que cuida a los seis hijos: "¿Qué hiciste con la plata?" (INPA)
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