Sinais de alarme

SEÑALES DE ALARMA

Por Ruiz Pereyra Faget

La crisis que azota desde el 2008 a los tres centros del capitalismo desarrollado -Estados Unidos, la Unión europea y Japón- se ha comenzado a sentir en América del Sur. Si bien se preveía el impacto, pues no hay blindajes nacionales ya que todas las economías están interrelacionadas, los economistas en general coincidían en que el continente estaba mejor preparado que en la década de 2000 para enfrentarla. En abono de este argumento se indicaba el menor endeudamiento, una tasa de crecimiento alta, una mejor distribución de la renta que fortalecía el mercado interno y un manejo adecuado de las tres variables macroeconómicas fundamentales: déficit fiscal, equilibrio de la cuenta corriente y la vigilancia de la inflación.

En América del Sur, las economías líderes son las de Brasil y Argentina. Sin embargo el crecimiento de su producto depende de las exportaciones de su producción agropecuaria y minera. Su desarrollo industrial se encuentra en un estadio intermedio. El de Brasil es el más avanzado. La preocupación de los gobiernos de centro izquierda que llegaron a partir del 2002 en ambos países, fue abandonar las políticas neoliberales que impulsaba el "Consenso de Washington" y su síndico, el Fondo Monetario Internacional y cuya herramienta fundamental era el tipo de cambio de una moneda nacional artificialmente pegada al dólar y, por lo tanto, sobrevaluada. El objetivo de esta política era facilitar la entrada de capitales especulativos, atraídos por altas tasas de interés,  al sector bancario y a las bolsas, creando una gran euforia de "plata dulce" que encantó a la clase media pero que fue minando la competitividad de las exportaciones, paralizando progresivamente la producción, y aumentando la desocupación, el déficit fiscal y el endeudamiento interno y externo.

El economista brasileño, Luiz Bresser Pereira, ha escrito que a la teoria desarrollista de Raúl Prebisch y Celso Furtado, dominante en la CEPAL en la década de 1960, como teoría económica para liberar a América Latina de la dependencia de las "economías centrales", le faltó un análisis sobre el papel estratégico que tiene el tipo de cambio. Si el continente se encuentra atrasado en su desarrollo industrial, sus economías necesitan un tipo de cambio alto que proporcione una ventaja adicional a la industria hasta que ésta alcance el nivel tecnológico de las industrias avanzadas. Es hoy  la política que practica China.

Este enfoque no será nunca compartido por las economías desarrolladas y sus instituciones financieras representativas como el FMI, que han construido un modelo para la economía global de países exportadores de capitales y productos industriales y, en el otro extremo, países exportadores de alimentos y materias primas. Los tratados de libre comercio que impulsa Estados Unidos en América Latina, tienen esa finalidad.

Brasil

Brasil y Argentina, que persiguen un objetivo desarrollista, no han seguido la misma política respecto al tipo de cambio. El primero, bajo el gobierno de Lula, concilió con el sector financiero paulistano, designando al banquero Henrique Meirelles como presidente del Banco Central. Éste elevó la tasa básica de interés, Selic, a un nivel ampliamente ventajoso para el ingreso de capitales de todo tipo que fueron sobrevaluando el real. La competitividad de la industria se mantuvo porque la especulación en Estados Unidos y la Unión europea era, en ese período, gigantesca. Por ello, Brasil tuvo durante varios años consecutivos un elevado superávit comercial y pudo acumular un monto elevado de reservas de divisas.

La situación cambió con la crisis en ambas regiones. La avalancha abrumadora de dinero lanzada por el Banco de la Reserva Federal (EE.UU.) buscó colocación allí donde había monedas sobrevaluadas y altas tasas de interés, La devaluación del dólar y el aumento de dinero disponible, provocaron en Brasil una situación crítica_ el real se fortaleció aun más y empezaron a frenarse las exportaciones  por la contracción de los dos grandes mercados compradores. En esta situación se encontró la presidente, Dilma Roussef, cuando asumió el gobierno. Si bien Meirelles fue apartado y el equipo económico adquirió mayor coherencia, ahora con el Ministro Guido Mantega con las manos más libres, el cambio de política monetaria y cambiaria exigía cautela. Se elevaron los impuestos a los capitales "golondrinas" para debilitar el real y, al mismo tiempo, se establecieron trabas a ciertas importaciones, con la finalidad de controlar el gasto de divisas y, simultáneamente, proteger a la industria nacional sometidas a una competitividad desventajosa por el tipo de cambio bajo.

Argentina

En una situación similar se ha encontrado Argentina, aunque la política cambiaria y monetaria ha sido diferente a la de Brasil. Desde el abandono de la convertibilidad fija 1 x 1, (un dólar por un peso) en enero de 2002, los gobiernos posteriores a De la Rúa, consideraron el tipo de cambio alto una cuestión estratégica como lo ha señalado Bresser. Ello significó un vigoroso impulso a las exportaciones. Una creciente acumulación de reservas  monetarias y con las retenciones de las altas ganancias de los exportadores de soja, le devolvió al país una cómoda posición fiscal que le permitió abordar los aspetos más agobiantes de la deuda social provocada por la crisis económica del segundo lustro de los 90. Pero Argentina tenía un problema pendiente heredado de la salida de la convertibilidad que fue la deuda con el Club de París. Aunque canceló su deuda con el FMI, al igual que Brasil, suspendió el cumplimiento de sus obligaciones con los prestamistas europeos que, ahora se propone resolver. El monto de estas obligaciones para este año son muy voluminosas y, junto a la contracción de los mercados tradicionales y las medidas adoptadas por Brasil, el gobierno que preside la señora Cristina Fernández, ha resuelto extremar el control de divisas, incluyendo las importaciones (que necesitarán una autorización previa), para fortalecer la industria nacional y el mercado interno.

Todas estas medidas han afectado las obligaciones del Tratado de Asunción que estableció el MERCOSUR ya que éste no puede sustituir el déficit en el comercio mundial que está generando la crisis en los tres polos del capitalismo avanzado. Tampoco lo puede sustituir la UNASUR -la integración sudamericana- ya que el intercambio interno continental de productos, es solo el 20% de las exportaciones cuyos mercados compradores que absorben el 80% son extracontinentales. Invertir esta relación es el desafío fundamental que tiene nuestro continente en los próximos años para lo cual es necesario la unidad, si queremos participar con éxito en un mundo que económica y políticamente se está conformando en grandes bloques..

Uruguay

Uruguay, por su parte, tiene una economía absolutamente abierta. Su mercado interno es muy pequeño siendo la producción agraria la principal proveedora de divisas. En las zonas francas se han desarrollado parques industriales cuya producción se coloca en el MERCOSUR. Es una producción subsidiada con degravación de impuestos para hacerlas más competitivas. Uruguay es también, desde 1974 una plaza financiera que se nutre, en gran medida, por capitales negros originados en la evasión de impuestos de la producción y el comercio interno argentino y brasilero. Si a esto se agrega la devaluación del dólar, se explica la sobrevaluación del peso lo que conlleva el riesgo potencial de nuestra economía frente a la contracción del comercio con el eje euro-norteamericano, así como las restricciones, por las razones apuntadas, que han establecido Argentina y Brasil.

En el acto inaugural, el 20 de marzo, de la Asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), realizada en Montevideo, el presidente Mujica con su esrtilo y lenguaje peculiar, ha sido muy gráfico para describir la situación de Uruguay:

"Tenemos un Mercosur que tiene sus contradicciones, que respetamos poco, y que todos los días le hacemos alguna crítica. ¡Pero ay de nosotros si no existiera!", exclamó el mandatario".

"¿A quién le venderíamos esos autitos que armamos nosotros? ¿A Alemania, a Estados Unidos".

"¿Qué le diría yo a Conaprole?  (Industria de la leche) Has perdido tu mercado principal, Brasil, porque vamos a apostar al mundo abierto. ¡Me matan!".

"Los defectos del Mercosur son nuestros defectos y los vamos a pelear a muerte, sin concesiones y sin aflojar. (...) Si no podemos negociar con dólares, vamos a trocar (sic). Si hay que cambiar, cambiaremos. Si tenemos que hacer cuotas vamos a tener cuotas y vamos a decirle a nuestros industriales "éste es el parámetro que tenen".

"No creemos que tenemos que pelearnos con el resto del mundo, ni creemos en una guerra prometida que algún día nos regalarán. Pero vamos a construir transportes juntos, Tenemos que tratar de juntar nuestros sistemas energéticos, tenemos que juntar nuestras universidades y nuestra investigación, y nuestra conciencia y nuestra dignidad de latinoamericanos. No debemos ni podemos renunciar a ello..."

"Entonces, bienvenido el BID, un BID nuestro, de acá , comprometido con nuestros problemas, con nuestros dolores, con nuestras angustias, con nuestras limitaciones porque  mil veces en la historia de esta América razonamos mirando para otra parte tratándonos de espaldas y hoy, en este mundo que se globaliza hay que construir seres mucho más grandes, muchos más abiertos, mucho más poderosos para tener alguna incidencia en el mundo que va a venir y es bueno que, con humildad, los más grandes de América Latina lo entiendan porque nos precisan a todos porque en la dimensión de este mundo solos también son nada. Por eso somos fanáticos de la lucha por la integración, por el ser de nuestra América y no estamos dispuestos a abdicar a pesar de las grandes dificultades".

Estas palabras del presidente uruguayo fueron una respuesta contundente e ilevantable contra los partidos de la oposición oligárquica que sostienen el abandono del MERCOSUR si las diferencias con Argentina y Brasil no se resuelven rápidamente, replanteando la concepción de "Estado tapón" que Inglaterra le asignó a Uruguay, en 1820, y que el FMI reiteró en 1976 y que la dictadura militar adoptó.

 


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Timothy Bancroft-Hinchey