NO PROBLEM

Estas fueron sus palabras: «Más de 3 000 sospechosos de terrorismo han sido arrestados en muchos países. Muchos otros han tenido un destino diferente. Digámoslo de este modo: ellos ya no son un problema para Estados Unidos».

El texto oficial distribuido por la Casa Blanca deja constancia de que esta revelación fue saludada con el aplauso de quienes lo escuchaban en el Capitolio.

Se sabía ya, desde luego, que hay miles de personas encarceladas en Norteamérica y en otros países cuyos gobiernos promueven los derechos humanos tan celosamente como lo hace Bush. Muchos están encerrados desde hace más de un año sin haber sido acusados formalmente y no han tenido abogado que los defienda. No se conocen sus nombres aunque se afirma que la mayoría son inmigrantes o tienen la piel demasiado oscura para el racismo que cultivan esas sociedades que se imaginan superiores.

Pero el ocupante de la Casa Blanca agregó algo que antes no se había dicho de forma tan descarnada: «Muchos otros han tenido un destino diferente», o sea, no están prisioneros pero... «ya no son un problema».

No se recordaba nada parecido desde los tiempos de Hitler. Hacía tiempo que el mundo no escuchaba semejante reconocimiento oficial a una política de ajusticiamiento extrajudicial, de liquidación física de seres humanos sin que medie otro procedimiento que apretar el gatillo.

El discurso fue publicado ampliamente para que todos se enteraran. Salvo en una revista neoyorquina, no provocó denuncias ni protestas. Después de los aplausos, el silencio.

Una vez más se comprobaba lo que un siglo antes había descubierto Mark Twain acerca de los tres dones con los que Dios bendijo a Estados Unidos: «libertad de expresión, libertad de conciencia y prudencia para no ejercer jamás ninguna de las dos».

Han pasado tres meses. Ha habido hasta una guerra que descargó sobre el indefenso pueblo iraquí, toda la capacidad destructora del imperio que atacó sin causa ni justificación, ultrajando la legalidad internacional como en su época hiciera otro führer.

Aumenta sin cesar la cifra de los «sospechosos» que guardan prisión en Estados Unidos y en otros países, sin proceso legal alguno. Y son más, muchos más, los que tuvieron «un destino diferente» y... sencillamente «ya no son un problema». Nadie tiene siquiera una idea aproximada de cuántos ni quiénes son los asesinados que engrosaron la interminable lista de los «no problemas». De ellos no se ocupan los personajes que en el mundo dicen abogar por los derechos humanos y practican así un oficio tan lucrativo como elegante.

Recientemente algunos políticos y otras personalidades han sentido la urgencia de criticar a Cuba con motivo del proceso judicial seguido contra mercenarios que actuaron contra su Patria como asalariados del gobierno de Washington y por las sanciones aplicadas a varios terroristas, todos ellos encausados conforme a leyes y procedimientos legales. Cuba no violó ningún principio jurídico, ninguna norma internacional, no hizo nada que afectase la paz del mundo ni que dañase el interés legítimo de nadie. Sólo ejerció la obligación irrenunciable de defenderse y lo hizo sin recurrir a la guerra y la violencia.

Cuba se defiende de quien la agrede y socava su soberanía organizando, dirigiendo y financiando a grupos de traidores mientras intensifica contra ella una guerra económica implacable y la amenaza con destruirla. Nadie tiene derecho a ignorar que esos grupos han sido creados por Washington porque eso consta en documentos oficiales publicados allá hace varios años. Nadie tiene derecho a desconocer que los dirige y sostiene el gobierno norteamericano cuando es fácil encontrar bastante información al respecto simplemente visitando los sitios de ese gobierno en Internet.

En lugar de calumniar a Cuba, un sentido elemental de justicia debería llevarlos a condenar la agresión que ella sufre.

Quienes rasgan sus vestiduras ante las medidas necesarias que Cuba se ha visto obligada a tomar y se precipitaron a censurarla, todavía no han dicho una palabra para repudiar la insólita declaración que Bush hizo hace tres meses. ¿O es que aún están aplaudiendo?

RICARDO ALARCÓN DE QUESADA Granma – La Habana, 29 de abril de 2003

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