Cuento de Sónia Calcagno : El Ruído

Hace ya dos días que ha comenzado un ruido en la casa de mi vecino. Lo siento solamente durante la noche. Es algo que sucede en una habitación de su casa, contigua a mi dormitorio. Parece a un gato jugando con algún pequeño objeto de mimbre. Pero ellos no tienen un gato y el ruido es constante. La primera vez que lo oí, me acompaó hasta que logré dormirme y seguía cuando me desvelé de dos a cinco de la madrugada, y cuando me desperte´me levanté y me bañé para ir al trabajo.

Ahora estoy acostada nuevamente y lo vuelvo a escuchar, durante el día no me acordé. Es suave, intermitente y desparejo, persigue y sigue. En realidad es una sucesión de pequeños sonidos como si alguien rasqueteara algo con suavidad. Pero no es animal ni humano, porque no se detiene.

Cumpleaños de Marta, mi sobrina. Paso bien, me encuentro al viejo, hace tanto tiempo que lo había dejado de ver, casi lo había olvidado. Cuando me acerco por detrás le lecubro los ojos para que adivine quien soy, se confunde y dice el nombre de mi madre. Mi madre que se fue, que no pudo, tal vez no quiso estar en el cumpleños de su nieta. Marta cumple quince años y parece estar feliz. Es bajita y linda y se la ve contenta. Se alegró mucho de que hubiera llegado, aunque tarde, desde lejos.

A cada rato viene y me da un beso. Me reconozco en ella, encuentro mis rasgos, pero yo era a su edad taciturna y triste.

Esta noche hay viento y se siente el ruido del mar como destaando pero el sonido de la casa vecina no se corresponde con los ruidos de la naturaleza. No se cual de las habitaciones de mi vecino es contigua a mi dormitorio y no imagino qué puede estar sucediendo. El vecino tiene cara de entrometido y siempre le cierro la puerta en las narices cuando viene a pedir o preguntar algo.

Sueño que estoy en el puerto de una ciudad tropical. Era un viaje más largo pero hicimos escala allí y allí nos quedamos sin saber por qué. Camino con un antiguo conocido que nunca fue muy amigo mío. Tampoco es un enemigo. Habla de política, creo.

Hay una enorme iglesia que domina el cielo estrellado y cálido de la ciudad. Presiento que está por aparecer una gran luna roja en algún lugar de ese cielo. No hay viento, pero en el mar se ven unas enormes olas que nos salpican mientras caminamos por el muelle. Es agradable sentir een el rostro las gotas de agua salada y fría, en una noche tan calurosa. Hay una construcción del puerto, casi tan alta como la iglesia, que las olas golpean, y sé qe está comenzando a agrietarse. Que se va a derrumbar. Me siento culpable de que se esté derrumbado. Pienso que no es mi responsabilidad, no tengo nada que ver, por qué la edificaron tan cerca del agua, habría que acercar bolsas de arena... Me despierto, el ruido sigue.

El viejo ha tomado mucho vino y Marta tiene vergüenza. No le gusta que haga bromas a sus amigas, que grite al hablar, que discuta sin argumentos. Yo, la comprendo, ya he vivido eso. Trato de protegerla desviando la conversación a temas sin trascendencia, intentando ocultar la borrachera del viejo, sugiriéndole que vaya a dormir una siesta. Comprendo la ausencia de mi madre, todas sus ausencias, pero aún sugro por ellas.

Recuerdo el final del sueño. Vienen a buscarnos. han conseguido un ómnibus para que podamos irnos de ese lugar. Cuando subimos al ómnibus, las ventanillas están abiertas y mi madre, que se queda en aquella ciudad desconocida me queier hablar, me pide que yo también me quede. Sé que sus palabras me van a producir dolor. No quiero sufrir más. Me desperté gritando: "No te quiero oír, no te voy a escuchar".

Colonia del Sacramento, febrero de 1993.

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