El optimismo y el pesimismo

El ser humano, de todas las clases sociales, experimenta emociones que están ligadas con dos actitudes hacia la vida completamente opuestas; una, es el optimismo, en donde la vida se ve más clara, con metas y objetivos, mientras que con el pesimismo todo es obscuro y sin sentido. Lo ideal es hallar el justo medio, sin embargo, es todo un proceso de aprendizaje de vida. Santiago de Chile (INPA) La búsqueda del hombre y la mujer contemporánea de sentirse bien, de ver las cosas de una manera más halagadora, es lo que muchos queremos -en nuestro convulsionado mundo-, buscando siempre el ideal, la creencia de lo que nos conviene, escondiendo quizás, muchas de las veces, frustraciones, miedos, fracasos, angustias resultado de una sociedad basada en la economía y el materialismo, de la compra de supuestos satisfactores inmediatos que dejan aún más vacía nuestra existencia y -además de nuestro bolsillo- la profundidad del sentimiento, surgiendo entonces el pesimismo.

La autora Susan C. Vaughan, psiquiatra y psicoanalista ofrece nuevas y útiles formas de entender el optimismo a través de su libro Psicología del Optimismo, de la Editorial Paidós. Según ella, a menudo sobrevaloramos la realidad y, sin embargo, olvidamos las ilusiones, que son la base del optimismo.

El optimismo es un proceso, no un estado, y emana de la habilidad para interpretar y recordar lo que experimentamos con un matiz positivo o agradable y está al alcance de cualquiera. Empero, parecería que llevamos cargando una gran loza pesada en nuestra existencia, de recuerdos amargos, expectativas negativas que ensombrecen un presente y futuro pesado... pesimista.

El pesimismo implica desesperanza, desmoralización y desilusión buscando en los demás la respuesta que está dentro de sí mismo, influenciable hacia lo negativo. Recordando del pasado y extrayendo sólo lo peor para atormentarse pensando que no es digno de nada, ni siquiera de merecer vivir, es por ello que, no pocas veces, este pesimismo ante la vida acompaña en el camino de una fatal determinación, como lo es el suicidio.

El pesimismo destruye, taladra y desgasta y se lleva tras de sí, no a uno mismo, sino a los que rodea, con esa actitud negativa ante lo más hermoso de la vida, un nuevo amanecer, "pero cómo si está lloviendo si no me gustan los dias mojados; pero cómo si está nevando, si no me gusta que haga frío; pero cómo si sale el sol, si no me gusta que me quemen sus rayos...el "pero" destruye toda oportunidad, toda alternativa de disfrutar el momento sea como fuere, de sentir esa sensación que sólo la dá quien está vivo en vida.

El optimismo, en cambio, guarda relación con nuestra capacidad para construir cognitivamente, y sostener una ilusión como resultado de una serie de procesos psicológicos internos, que pueden mejorarse con la práctica, para dar un nuevo enfoque a nuestra visión de las cosas. Tal como recordar e instalar asociativamente eventos que nos encantan y alegran.

Algunas situaciones que nos pueden afectar a nuestra capacidad para sentirnos optimistas, de alguna manera, son esas sombras convertidas en monstruos que están fuera de nuestro control y que pueden escapar súbitamente de ese encierro y represión al través del impulso agresivo que apresa detrás de esa máscara una gran tristeza o depresión encubierta de tiempo atrás, desenmascarando entonces una actitud pesimista.

Acerca de la conexión fundamental entre los estados emocionales positivos y el optimismo, se puede extraer una sencilla conclusión: debemos esforzarnos por saber lo que realmente nos gusta hacer, aquello que nos entusiasma y nos hace felices, entusiasmados e interesados por algo, aumentan las posibilidades de que nuestra perspectiva sobre el pasado, presente y futuro sea optimista, con mayores ilusiones que se traducen en establecer metas, objetivos y proyectos de vida.

La congruencia de humor es un fenómeno tan poderoso, huir de los sentimientos negativos implica trabajar con nuestra tendencia a creer que la perspectiva de la vida que nos brindan es la correcta.

No obstante, no hay que caer en un optimismo desmesurado y sin control, pensando que toda la vida es color de rosa y que todo es maravilloso, ya que los obstáculos vendrán y las frustraciones vencerán y se caerá nuevamente en ese hoyo profundo del humor negro, depresivo, tristeza, angustia y pesimismo, pensando que la vida es sólo sufrimiento.

El justo medio es difícil, pero no imposible, buscando en nuestra realidad interna lo que queremos, lo que necesitamos y lo que estamos dispuestos a hacer por lograrlo, pensando si es bueno para los demás y si es bueno para sí mismo también.

A partir de las enseñanzas que se obtienen en esas primeras experiencias con los cuidadores, se habrán transmitido ya al sistema límbico, la parte de nuestra mente responsable de las respuestas emocionales. Cuando somos pequeños, el conjunto de circuitos de optimismo se establece, quedando grabado de forma definitiva en las neuronas de zonas específicas del cerebro.

Es entonces, que por cada niño que abandona la infancia habiendo aprendido lo más esencial para apaciguar a los fantasmas de la ira, la angustia la tristeza, disponiendo de representaciones de sí mismo y de los demás en relaciones impregnadas de emociones positivas, hay otro niño menos afortunado. Sus tempranas experiencias lo han dejado con estructuras cognitivo-afectivas cuyas redes centrales juegan poderosos sentimientos negativos, como la vergüenza, la ira, la culpabilidad, el desprecio y la soledad muchas de las veces difíciles de superar, a menos que exista dentro de todo un proceso de recuperación interna y de búsqueda de trascendencia a través de la resiliencia.

Eva Laura Castilleja*

INPA* La doctora mexicana Eva Laura Castilleja es psicóloga y escribe artículos especiales para INPA- INformaciones PAnamericanas.

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