UCRANIA: De Trotsky a Yushenko

Su victoria altera la geopolítica mundial a favor de Washington frente a Moscú. Putin advierte del peligro de la “revolución permanente” que Bush estaría alentando contra él en Georgia, Ucrania, la periferia de Rusia e incluso posiblemente dentro del Cáucaso norte. ¿Cuáles son los mecanismos de la nueva “revolución democrática” en el segundo mayor país europeo?

Yushenko será ungido presidente cuando se celebren 100 años de la primera revolución rusa, la cual, sintomáticamente tuvo a uno de sus líderes al ucraniano León Trotzky, quien fuese el autor de la teoría de la revolución permanente.

Las diferencias entre la revolución naranja de Yushenko y la revolución roja de Trotsky son abismales. Más ambas apuntan contra el Kremlin (aunque en direcciones contrapuestas) y generan tendencias internacionales.

El levantamiento ucraniano se inscribe en la ola de “revoluciones de terciopelo” que han venido sacudiendo al este europeo desde 1989. Este tipo de alzamientos se caracteriza por tratar de evitar la guerra civil y basarse en una gran protesta callejera que desintegra a los regímenes de turno, y que busca abrir a países que se reclaman del socialismo hacia el capitalismo liberal.

Estas son apadrinadas por la única superpotencia, Estados Unidos, y sus aliados occidentales. Su mensaje es simple. Sostienen que el atraso de las sociedades orientales se debe a que no han seguido la ruta occidental de sociedades abiertas.

Proponen una liberalización económica y política que, si bien aducen generará desempleo, cierres y polarización social, a la larga modernizará a los países y traerá nuevos y mejores productos internacionales.

Tanto los presidentes Kuchma (Ucrania) como Shvernadze (Georgia) habían movido a sus respectivos países desde las economías estatizadas y planificadas regidas por un partido comunista único hacia formas de capitalismo y de democracia multipartidaria. Ambos habían acercado a sus naciones hacia EU, y Ucrania aún tiene tropas en Irak. Sin embargo, ellos no han hecho todos los cambios que exige el presidente estadounidense George W. Bush, los que implican una mayor privatización, apertura hacia inversiones y capitales occidentales y un distanciamiento de Rusia para acercarse a EU y la Unión Europea.

Mikhail Saakashvili y Viktor Yushenko son los protagonistas de esas movilizaciones callejeras que denuncian fraudes electorales y que logran instalar gobiernos nacionalistas anti-Kremlin y pro-Washington. La estrategia estadounidense dio similares buenos resultados en Serbia aunque ha fracasado en Venezuela y Bielorrusia.

Ahora, tras haber vencido en el segundo país ex soviético más poblado, los estrategas de la revolución democrática querrán deponer lo que denominan el autoritarismo de Lukashenko en Bielorrusia y avanzar en Moldavia, el único país europeo gobernando por un Partido Comunista.

El presidente ruso Putin teme que eso genere una ola de revoluciones permanentes que puedan cuestionar su dominio en Chechenia y a la postre llevar a un cambio de régimen en Moscú donde se saque al actual Presidente que reocupa empresas privatizadas y que choca con Bush en Medio Oriente para forjar un nuevo gobierno liberal.

Estas revoluciones son sumamente distintas a las que hace un siglo empezaron a ser promovidas por Trotsky y Lenin. Entonces Rusia era un país rural y los marxistas rusos querían una revolución democrático burguesa contra el feudalismo y la monarquía. Trotzky proponía que ésta sólo podría ser dirigida por la pequeña clase obrera quien debería acabar expropiando a la burguesía y exportando la revolución. La revolución, que se iniciaba a escala nacional y sobre un programa burgués, debía para lograrlo tornarse en anticapitalista e internacional, y por ende hacerse permanente.

Las revoluciones democrático-burguesas que hoy vienen triunfando en Ucrania o Georgia son en cambio profundamente antisocialistas. Se basan en sociedades industrializadas y su objetivo es desmantelar lo que quede del antiguo sistema soviético. Para muchos marxistas éstas son, en verdad, contrarevoluciones pues se basan en sectores que quieren incentivar la empresa privada y chocan con sindicatos que buscan evitar cierres de empresas grandes.

Actualmente, los regímenes de Ucrania y Georgia han sido incapaces de contener las nuevas revoluciones aterciopeladas pues carecen de un modelo alternativo y porque sus respectivos gobiernos iniciaron un camino de liberalización que no fueron capaces de mantener hasta sus últimas consecuencias.

En el este y centro europeo tras la revolución bolchevique de 1917 se produjo una ola de revoluciones proletarias, la mayoría de las cuales fueron sofocadas brutalmente debido a la existencia de fuertes potencias que les hacían frente.

En el caso de las actuales “revoluciones” liberalizantes ocurre un fenómeno inverso. Estas revoluciones no vienen de abajo sino que son promovidas desde muy arriba. Las grandes potencias no son sus enemigas sino sus amigas. Rusia, quien podría resistirle, no es fuerte ni tiene un modelo sólido.

Es por eso que este tipo de revoluciones ha venido avanzando en el este europeo y encima ha contado con un fuerte apoyo mediático. Estos nuevos procesos han establecido formas de democracia de mercado que, si bien pueden cambiar a los partidos que están en el poder, han logrado estabilizar una economía de mercado que hoy no amenaza con ser trastocada.

Por el momento si bien el viento corre el favor de estas “revoluciones a lo Bush” lo cierto es que a su vez, generan nuevas contradicciones sociales internas y posibles movimientos separatistas.

Curiosa ironía de la historia: Rusia, que como Unión Soviética antes flirteaba con revoluciones en el “patio trasero” de EU hoy es sacudida por revoluciones en su propia periferia.

Isaac Bigio

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