Cuento de Sonia Calcagno

Decidió irse a dormir. El día había sido demasiado conmovedor. Silvia no había vacilado en contarle todo y exigirle que asumiera responsabilidades. Con la bolsa de agua caliente y un té de tilo subió a su dormitorio. Dejó la taza sobre la mesa de luz, en un posavasos con un dibujo de Gauguin que protegía la madera del mueble.

Recordó, a la vez, la mesa de luz que había sufrido sin protecciones las mamaderas de sus hijos, y cuya tapa superior se había alabeado totalmente y la madera tallada por el propio Gauguin que había visto y que decía: "Soyez amourex et serez heurex". Envolvió el camisón rosado con la bolsa, prendió la estufa eléctrica y comenzó a desvestirse. Dejó de cualquier manera la ropa a los pies de la cama.

Seguramente todo amanecería arrugado pero no encontró fuerzas para ordenarlo. Fue deslizando el abrigado camisón tibio sobre su cuerpo. Temía el frío de la noche . Temía no poder conciliar el sueño. Temía los pensamientos que la iban a invadir. Abrochó cada uno de los botones delanteros y las mangas del camisón. Si lograra dormirse rápidamente podría olvidar por lo menos hasta la mañana siguiente lo que había pasadoy la urgencia de dar una respuesta. Agregó otra frazada a la cama y se metió entre las sábanas. Bebió el te, ahora de una temperatura adecuada, y muy quieta intentó conciliar el sueño que interrumpiera la corriente de pensamientos angustiosos.

Se durmió. Soño con enormes muros de piedra, que mágicamente se levantan a su paso y se cubren de líquenes y musgos y que en instantes parecen estar alli dede hace siglos. No pueden ser derrumbados, no hay decisión posible, no hay salidas. Fue Silvia quien la encontró muerta a la mañana siguiente.

Sonia Calcagno Colonia del Sacramento, enero de 1992

Subscrever Pravda Telegram channel, Facebook, Twitter

Author`s name Pravda.Ru Jornal
X