Carlos Gardel, Sexta Parte

Durante un par de semanas actúa en el Empire de la capital francesa (debuta el 26 de diciembre de 1930) y conquista luego (febrero de 1931) al público de uno de los sitios más exclusivos del momento, el célebre casino Palacio del Mediterráneo en la Costa Azul.

Este lugar concentraba una concurrencia económicamente poderosa, ricos industriales, aristócratas, gente de la realeza, que fue deslumbrada por el arte incomparable del cantor. En sus presentaciones era acompañado por los tres guitarristas que en ese momento lo secundaban: Barbieri, Aguilar y Riverol, pero digamos que allí se produce la desvinculación de José María Aguilar. Al parecer esto sucedió por situaciones tirantes que se dieron entre el astro y Aguilar; corresponde aclarar que hay muchos indicios de que el asunto fue así pero no se puede saber con exactitud lo ocurrido porque han circulado versiones diferentes.

Para dar una idea del nivel de este Palacio del Mediterráneo digamos que parte de la planta baja había sido arreglada para instalar allí una cancha de golf interna y, entre los artistas que lo frecuentaban se podía contar desde la famosísima Mistinguett hasta Charles Chaplin. Hay fotografías, muchas veces publicadas, que muestran a este inigualable genio del cine junto a Gardel disfrutando ambos de sus respectivos talentos y, como testimonio del profundo impacto que nuestro artista había producido en Charlot, vamos a transcribir un comentario suyo reproducido hace algunos años. Raúl March, en su libro “Gardel, por qué canta cada día mejor”, difunde estas declaraciones de Chaplin, en 1931, referidas a Gardel:

“Su rostro, su apostura, su mirada, su arte constituyen el centro de atención. El duende, el ángel está presente en el rincón donde sonríe, no importa quienes sean los hombres y las mujeres que lo rodean”.

También se ha insistido en que los directores de grupos teatrales aconsejaban a sus elencos sobre la conveniencia de ir a ver a Gardel ya que, a pesar del obstáculo del idioma, la convicción que ponía en sus interpretaciones creaba tal comunicación que se constituía en la demostración más cabal del vínculo que debía establecer un artista con el público. Sería esa la esencia del actor; recordemos que Jorge Luis Borges dijo, en alguna oportunidad, que Gardel cantaba los tangos de manera dramática, haciendo de cada tema una especie de monólogo personal “como si el drama le hubiera ocurrido a él”.

Un acontecimiento que llenó de alegría al cantor fue la visita de su entrañable amigo, el emblemático jockey Irineo Leguisamo que pasó unas inolvidables vacaciones en París disfrutando de la buena vida que podían darse entre amigos, farras, paseos. Hubo encuentros memorables, por ejemplo, con los hermanos Torterolo (Juan, Domingo y Gabriel), radicados desde unos años atrás en Francia y de reconocidísima trayectoria rioplatense en el mundo del turf. Recordemos que el jockey Domingo (Mingo) está mencionado en interpretaciones de Gardel.

Y dentro del círculo que frecuentaba el artista aparece un personaje muy particular, la señora Sadie Baron Wakefield, regordeta y acaudalada cincuentona que, al parecer, estaba hechizada por la magia del cantor. Muchas veces mencionada como “baronesa” (confusión provocada por su apellido) era la hija de Bernhard Baron, magnate tabacalero responsable, por ejemplo, de la famosa marca de cigarrillos “ Craven A”. Esta mujer estaba casada con George Wakefield, rico industrial norteamericano que compartía los gustos de su esposa por la vida mundana. La naturaleza de la relación entre Gardel y Mrs. Wakefield dio lugar a muchas especulaciones. El misterio, tan común en la vida del artista, abarca también esta situación. En el aspecto puramente profesional, parecería ser que las vinculaciones y los contactos de esta influyente dama facilitaron al astro su acercamiento al mundo de la cinematografía.

En mayo de 1931 se concreta la primera producción europea dentro de la filmografía gardeliana. Esta película se llamó “Las luces de Buenos Aires”, fue rodada en Joinville-le-Pont, suburbio del sudeste parisino, en las instalaciones francesas de la poderosa compañía Paramount. El argumento estuvo a cargo de Manuel Romero y Luis Bayón Herrera, autores teatrales que también se encontraban en Europa cumpliendo una gira al frente de la compañía de comedias ligeras del teatro Sarmiento de Buenos Aires. El primero de ellos es también autor de la letra de temas que se cantan en la película. La dirección quedó en manos del cineasta chileno Adelqui Millar. La música (salvo en un tango del cual después hablaremos) fue encargada al compositor uruguayo Gerardo Matos Rodríguez, autor de ese tango-símbolo que es el mundialmente famoso “La cumparsita”.

Dentro del elenco que acompañó al divo se encuentran, como primeras figuras femeninas, Sofía Bozán y Gloria Guzmán. También está Vicente Padula, el actor argentino que continuó secundando a Gardel en varias películas y Pedrito Quartucci un entonces joven comediante que seguimos disfrutando por muchos años en el cine y la televisión rioplatenses. Cuando Gardel interpreta la canción “El rosal” lo acompañan las guitarras de Guillermo Barbieri y Ángel D. Riverol. Pero el momento memorable es el instante en el que canta “Tomo y obligo”, composición a la que hacíamos referencia antes pues la música no pertenece a Matos Rodríguez sino al propio Gardel, quien lo canta en un cafetín, tomando unas copas para olvidar el desengaño amoroso, en compañía de Pedrito Quartucci. En este caso acompañan al máximo cantor tres músicos cuyos nombres integrarían, luego, la galería de celebridades en la historia del tango: Julio De Caro (violín), Francisco De Caro (hermano de Julio, piano) y Pedro Laurenz (bandoneón). Esta escena motivó, desde el estreno de la película, situaciones que se fueron repitiendo con el tiempo, en muchos países y con varias películas del cantor. Al terminar Gardel el tango el público pedía fervorosamente verlo cantar de nuevo por lo cual los maquinistas se veían obligados a parar la proyección, rebobinar el rollo y poner de nuevo en la pantalla el mágico instante.

Siguen sus exitosas presentaciones en importantes centros parisinos (Palace o Armenonville, por ej.) y en el mes de mayo efectúa una serie de grabaciones con el acompañamiento de sus guitarristas Barbieri y Riverol. Esta serie de diez temas presenta la novedad de dos composiciones en francés, “Deja” y “Folie”. Aclaremos que las versiones que se iban a popularizar serían las que grabaría en Buenos Aires, a su regreso, con la orquesta de Kalikian Gregor, personaje del cual pronto hablaremos. Esta incursión en idioma francés estaba motivada, obviamente, por la necesidad de complacer a un público mucho más amplio, dada su condición de triunfante artista internacional aunque, en realidad, no era lo que más se esperaba de él. El historiador Simon Collier reproduce parte de la crítica de un columnista de la revista La Rampe en la que se expresa clara esta idea: ...”Es en verdad una manía muy tonta por parte del público querer imponer a los cantantes de music hall un idioma que no es el propio. Nosotros buscamos exotismo, no una copia de nuestros propios cantantes”.

Los nostálgicos nos sentiríamos decepcionados si quisiéramos tener la sensación, por lo menos, de vivencia de estos hechos históricos que conforman nuestra cultura al ubicarnos en los lugares físicos donde sucedieron. Yo no lo he comprobado personalmente, no he viajado a Francia, pero conozco a través de lo que escribió en 1970 Tomás Eloy Martínez para la revista Semana Gráfica y que transcribió el Diccionario Gardeliano, el destino de algunos de esos sitios. Cuenta el escritor que el teatro Fémina (donde debutó Gardel) se transformó en casa de ventas de la Citroën, el Florida es una casa de apartamentos, fueron desmantelados los estudios de Joinville (que ocasionalmente han sido utilizados por la televisión francesa) y los hoteles donde estuvo sufrieron la devastación de un incendio y la ocupación alemana que utilizó uno de ellos como cuartel general borrando, obviamente, todo rastro de esta entrañable historia. De cualquier manera nuestra terquedad nos lleva a buscar y así es que nuestro joven y prestigioso cantor Luis Lerroi, aprovechando la estadía por su participación en el Festival de Tango, en el Café de la Danse, el año 2001, se fotografió en el lugar exacto donde lo había hecho Gardel con el uruguayo Carlos César Lenzi, autor del tango “A media luz”. Somos empecinados cuando buscamos nuestras raíces.

Hugo Indart

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