A Estrutura do Mundo e América latina

La idea del desarrollo material de las sociedades y las fuerzas motrices –contradictorias y opuestas según la lógica dialéctica- que lo impulsan en el devenir histórico, es una de las herramientas metodológicas más importantes que han aportado las Ciencias Sociales para desentrañar los problemas de una época. La contradicción fundamental es el motor de las luchas sociales interactuando con éstas las contradicciones de las clases dominantes del sistema social contemporáneo.

La crisis económica de consecuencias imprevisibles en que se encuentra el centro mismo del capitalismo mundial, de características cualitativamente distintas a la gran crisis de los años 30’, está anunciando un cambio de época que afectará a cada país y a cada región del planeta, como partes de la reestructuración del todo.

Los estrategas del capitalismo –y muchos de sus servidores que mantienen su pupila vigilante, como el economista hispano-uruguayo, Enrique Iglesias- hablan de por lo menos cinco grandes megatendencias: 1) Calentamiento del planta, cambios climáticos, devastadoras pandemias y pobreza extrema, que afectarán los modos de vida de toda la población mundial; 2) El desplazamiento del eje motriz del desarrollo histórico de Occidente a Oriente; 3) La gigantesca demanda de recursos energéticos, agua, metales básicos y alimentos como consecuencia de la expansión de las economías de China, la India; Brasil y Sudáfrica; 4) El papel determinante en el equilibrio mundial de fuerzas de estos países “emergentes” y Rusia. y 5) Recuperación del Estado del papel de estabilizador automático del ciclo económico y supervisor de las “desviaciones” del mercado.

En este cuadro global, la historia universal y las historias regionales, pasan a primer plano: los bloques geográficos o geopolíticos procurarán asumir la función que durante cuatro siglos han tenido los Estados. A los países pequeños, si no se integran, sólo les queda el papel de servidores de los agrupamientos mayores, con pérdida de su soberanía real.

Éste será un período de transición pues el modo de producción capitalista ha probado en la práctica, de manera irrefutable, la validez de la teoría económica de Marx y no puede ser eterno. Los hechos actuales demuestran que es un tren de alta velocidad que se ha quedado sin frenos. Pero cualquier estimación del tiempo de esta carrera es pura especulación.

¿Qué papel le corresponde a América Latina en esta estructura mundial? Nuestro continente tiene enormes recursos naturales y una historia política y cultural, en muchos aspectos integradora, producto de lo que fue su conquista y colonización. Las luchas por la independencia política, en la década de 1810, la conmovieron de norte a sur. Pero esta liberación sólo fue parcial, pues las oligarquías criollas heredaron las tierras y las riquezas que controlaba la Metrópoli. La alianza de estas oligarquías con otros imperios, mediatizó el desarrollo económico y social, con la excepción de los breves períodos de las guerras mundiales del siglo XX.

En los años 60’, la Revolución Cubana, llamó a una lucha general del continente por su segunda independencia mas el imperialismo norteamericano aplastó ese intento instalando feroces dictaduras militares a partir del golpe contra el Presidente Gulart, en 1964, en Brasil, al que siguieron los de Argentina en 1966, y Uruguay y Chile, en junio y setiembre de 1973, respectivamente.

Con la desintegración de la Unión Soviética en 1991, el imperialismo del norte, creyó que la historia universal les señalaba el destino de “romanizar” el mundo, imponiendo sus trasnacionales y su “way of life”. Este sueño se ha derrumbado en Medio Oriente y en Wall Street.

Em 1998, con la aplastante victoria de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de Venezuela, se inicia el tercer gran movimiento liberador de América Latina. Otras victorias de signo progresista, en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, a los que se agregan en Centroamérica, Nicaragua y El Salvador, marcan una tendencia caracterizada por el arrollador despertar de las masas oprimidas que, esta vez, han alcanzado el gobierno dentro de los propios marcos institucionales que impusieron las clases oligárquicas dominantes.

Ahora bien, para asegurar la voluntad popular, estas constituciones liberales, por su propia naturaleza, no servían y Venezuela dio ese segundo paso: constitucionalizar un programa económico y social, y un efectivo mecanismo de control popular directo de la gestión pública. Este camino ha sido seguido por Bolivia y Ecuador.

A estos cambios, el Presidente Chávez ha denominado el “Socialismo del Siglo XXI”. En lo económico, es un sistema mixto entre el Estado y el mercado, entre la propiedad estatal y la propiedad privada, reservándose el primero la explotación de las áreas estratégicas. La propiedad individual es respetada, con dos limitaciones: el latifundio y los monopolios privados. Ambos “son contrarios al interés social”. Se trata de una “Democracia Avanzada” cuyos fundamentos teóricos fueron desarrollados por Rodney Arismendi en 1962, en su obra “Problemas de una Revolución Continental”. El contexto mundial era diferente pero sus premisas tienen hoy plena actualidad.

A partir de la reorganización del Estado, el siguiente objetivo estratégico es la integración continental. Sus bases fueron definidas en La Habana, por los gobiernos de Venezuela y Cuba, el 14 de diciembre de 2004, al firmar el Acuerdo denominado “Alternativa Bolivariana para las Américas” (ALBA), opuesto al panamericanismo dirigido por Estados Unidos. El ALBA, dice el documento fundacional, “es un esquema de integración basado en principios de cooperación, solidaridad y complementariedad, que surge como una alternativa al modelo neoliberal, el cual no ha hecho más que profundizar las asimetrías estructurales y favorecer la acumulación de riquezas a minorías privilegiadas en detrimento del bienestar de los pueblos”. El sistema está formado por nueve países de América Latina, el Caribe y Centroamérica. Argentina, Brasil y Uruguay, hasta este momento, no lo integran.

Este proyecto de construir una economía, sin tutelajes externos y con una finalidad social continentalmente integradora, que excluya o limite las enormes ganancias de las empresas y bancos trasnacionales, está expuesto a grandes riesgos, pero la tendencia global a un equilibrio de fuerzas multipolar puede ser el marco adecuado para su éxito, sin olvidar que el control de América Latina, sigue siendo decisivo para el imperialismo norteamericano que, desde la época de Monroe (1823), la considera su “reserva estratégica”, o en términos más llanos, “su patio trasero”.

Ruiz Pereyra Faget

Uruguai

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